“No
vales para nada” le volvió a decir, como todas las noches. Escuchaba bajando la
mirada, creyéndose las palabras, sintiéndose culpable por no ser suficiente.
En el
trabajo no conseguía ascender, en casa se le seguían agarrando las lentejas y
los niños no le hacían caso cuando les mandaba lavar los dientes.
“Menos
mal que me tienes a mí” le repetía, “nadie te querría si no lo hiciera yo”, “no
podrías sobrevivir” le seguía diciendo y cada vez lo interiorizaba más.
Su madre
llamaba los lunes y siempre le decía que todo iba bien. Aunque ella notaba la
tristeza. Había pasado de ser alguien con quien hablar, con quien reír, con
quien estar, a ser alguien que no estaba cuando estaba cerca, siempre ausente,
siempre con la mirada perdida, con inseguridades y miedos.
Abandonó
todas sus actividades, el gimnasio, escuchar a cantautores, hasta había dejado
de escribir. Ya no le quedaban casi válvulas de escape. Quedaba una: sus niños.
Por ellos la vida seguía mereciendo la pena, todo seguía teniendo sentido, todo
se podía aguantar.
Aunque
tuviera que escuchar “mejor que no aprendan de ti”, ni pudiera hablarles de
sueños, de cuando era joven y quería escribir, de un futuro en el que ya no
creía.
Cada
noche era la misma historia, a veces las palabras eran menos duras, otras sólo
esperaba que los niños no escucharán los gritos.
Una
noche de navidades llegó tarde a casa, ya había avisado que era la cena de
navidad de la empresa y no podía faltar. Cuando entró por la puerta intentando
no hacer ruido, le estaban esperando.
Pensó
que sería lo de siempre, pero las palabras se fueron elevando y elevando hasta
que recibió el primer guantazo. Fue a levantar la mano para devolverlo hasta
que ella le miró con esa mirada que le decía que era la madre de sus hijos y que
pegarla sólo sería un error. Se quedó inmóvil y recibió más golpes y más
insultos.
Fue la
primera de muchas noches en la que se convirtió en saco de golpes. Ella de vez
en cuando le daba un beso y le decía que no volvería a pasar.
Él
trataba de ocultar los moratones y el dolor, aguantaba que sus amigos dijeran
que “tenía mucha suerte por tenerla” y sabía que nadie le entendería y que si
se marchaba nunca volvería a ver sus hijos.
Vértigo
1 comentario:
Vaya giro ...........
Me has dejado que he tenido que leerlo 2 veces ....genial ...
No a la violencia sea de donde sea que venga ....
Gracias Vértigo
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